sábado, 7 de octubre de 2017

Exposición 2: Manchas en el silencio, de Cristina Lucas

Este fin de semana, algunos de mis compañeros y yo nos dirigimos a la sala de arte Alcalá 31, donde se encontraba la exposición de Cristina Lucas.
A diferencia de la otra exposición a la que fuimos, de esta no teníamos información previa, íbamos a ciegas sin saber lo que nos podíamos encontrar. En mi opinión, el no saber de que va a tratar la exposición me parece un tema interesante, ya que nuestra mente no genera expectativas ni juicios erróneos, simplemente se entrega a los placeres del arte y disfruta de la obra de la persona creadora.
Tras cruzar el vestíbulo que indicaba en letras grandes el título de la obra, nos adentramos en una sala gran tamaño en la que todo tenía una coherencia y los espacios estaba bien aprovechados.
A ambos lados de esta sala se situaba el enigma de la exposición, es decir, el tema que iba a tratar. Toda la exposición giraba en torno a todos los bombardeos que ocurren a diario en todo el mundo.
La forma de tratar dicho tema me pareció muy interesante y original, pues lo hacía de una manera sutil y a la vez directa, dejando claro el problema existente, sin andarse con rodeos y mostrando la realidad tal y como es. Para conseguir su objetivo, la artista colocó de manera simétrica y bien iluminada, a lo largo de la sala, vitrinas que mostraban los países y continentes bordados a mano sobre tela, en los que indicaban todas las ciudades bombardeadas.
                                                                                     
Me sorprendió en gran medida la dureza con la que se mostraban los bombardeos, además de ver que había lugares en los que las bombas se superponían unas sobre otras, impidiendo en ocasiones leer de forma clara el nombre de las ciudades. El trabajo me pareció impecable, ya que los bordados gozaban de gran detalle y delicadez, algo paradójico al tratar un tema tan brusco como es la guerra.

Seguíamos observando todos los bordados y observando su minuciosidad, hasta que nos topamos con una fórmula que llamó nuestra atención. Se trataba de la ecuación de elevación, que fue aplicada en 1912 para hacer volar el primer avión Piper Prometeo. Esta información, además de figurar en los carteles de la exposición, nos fue facilitada por una chica que se encontraba ahí, una licenciada en Historia que resolvía las dudad existentes. Su presencia me pareció indispensable y que aportaba gran fuerza a la exposición, al igual que en la exposición anterior contábamos con la presencia de su artífice.  
La ecuación de elevación.
En el mismo puesto en el que se situaba la chica también había una gran pared que albergaba los nombres de todas las ciudades bombardeadas. Fue algo impactante el ver todos esos nombres, filas y filas, que representaban ciudades, personas, vidas. Toda esa pared mostraba la desesperación de la gente, que pedía clemencia en un lugar donde las bombas lo habían derribado todo. La forma de exponer dicho tema me pareció absolutamente conmovedor, ya que es algo tabú en la sociedad pero estas exposiciones te hacen ver que estás cosas suceden aunque no lo queramos ver, la realidad está ahí aunque la gente intente evitarlo.
El centro de la sala quedaba destinado para la proyección de un documental de unas cinco horas de duración, que mostraba con gran detalle la realidad de los bombardeos. Cada una de las tres pantallas existentes mostraba una parte crucial en estos casos; la primera, a nivel más informativo, exponía la fecha, el nombre de la ciudad y el número de víctimas; la segunda mostraba el mapa del mundo y a través de animaciones reflejaba como las bombas incidían en el territorio; y la tercera pantalla permitía ver imágenes de lo sucedido, de las personas afectas, sus hogares, etc.
Dada la dureza de las imágenes, me resultó imposible continuar mucho tiempo viendo el contenido del documental, así decidí continuar con la visita. Me imponían esas imágenes en gran medida y la forma en la que incidían en mi mente. Era algo que no estamos acostumbrados a ver de manera tan real que nos asusta. Nos están mostrando algo que sabemos que existe pero que no queremos ver o que preferimos pensar que no es tan grave, pero este documental en particular y la exposición en general, muestran el tema sin tapujos.
Nuestra última parada fue el segundo piso, donde se encontraba la obra final de Cristina Lucas: una multitud de relojes colocados a lo largo de esas kilométricas paredes blancas, que mostraban las horas en las que sucedían los bombardeos. Todos los relojes eran iguales, como el drama que todos comparten, y diferentes horas, ya que a cada ciudad le llega en su momento. Parece algo sencillo, y en parte lo es, pero muestra con solo unos relojes el paso del tiempo, las horas perdidas o los segundos que faltan para que una nueva masacre ocurra.
En mi opinión, la exposición en una fuerte apuesta por concienciar a la gente del problema que existe, que no es tan lejano y que las imágenes que evitamos ver están ahí, crudas y reales. La artista ha hecho un magnífico trabajo, desde la confección de los bordados hasta la unificación de los elementos para dar voz a los que no pueden hablar. El título va como anillo al dedo a este recorrido, eso son las bombas, manchas en el silencio, objetos que irrumpen en la monotonía dejándola sorda, marcando un antes y un después y mostrando un caos mudo.
                                                                                   
                                                                  

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